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24/11/2025 ― Hace tiempo escribí un artículo en el que señalaba el gran error de Pedro Sánchez: el día que acusó a Israel de cometer un genocidio por los ataques a Palestina. Su segundo error fue reconocer oficialmente el Estado palestino.
No sé si fue por Pegasus o por otros mecanismos de espionaje, pero la realidad es que todos los que se alinearon con ese discurso han ido cayendo uno tras otro: desde Monedero hasta Íñigo Errejón.
Hoy solo queda en pie Yolanda Díaz, aunque políticamente muerta, y Pedro Sánchez, que ya está prácticamente de rodillas.
No dispongo de datos concluyentes para afirmar si Israel ha cometido o no un genocidio, pero sí recuerdo algo: las masacres las cometió Hamás, mientras buena parte de la población palestina los respaldaba o los encubría. Todos vimos los vídeos. Todos vimos las fotos.
En cualquier caso, me fascina el periodismo zurdoso que volvió a asesinar a la primera víctima de cualquier conflicto: la verdad. Ya lo dijo alguien: en toda guerra, la primera víctima es la verdad.
Y aquí seguimos, asistiendo al espectáculo.
Cuando la sociedad civil deja de pensar porque los medios piensan por ella
En una democracia sana, los ciudadanos deberían formarse una opinión propia a partir de datos, hechos y debates contrastados. Pero en la práctica, lo que ocurre es justo lo contrario: la sociedad civil termina obedeciendo la narrativa que los medios construyen, incluso cuando esa narrativa es torpe, parcial o abiertamente falsa.
Son varios los motivos por los que se puede disfrazar una mentira en una verdad irrefutable.
El periodismo dejó de ser un mediador y pasó a ser un vocero político
Antes, los medios analizaban. Ahora, militan.
Se disfrazan de objetividad mientras utilizan todos los recursos posibles —titulares sesgados, omisiones calculadas, adjetivos emocionales, imágenes seleccionadas— para dirigir al lector hacia una conclusión ya prefabricada. En alguna ocasión dije que una verdad a medias es una mentira hijaputesca.
Muchos periodistas no informan; empujan.
No analizan: manipulan la percepción.
La gente no quiere informarse: persigue el sesgo de información
Es uno de los grandes dramas de nuestra época. La mayoría no busca la verdad; busca tranquilizar su sesgo. Y el periodismo actual, consciente de esto, dejó de ofrecer información para ofrecer formación ideológica.
Por eso la gente traga titulares que, en frío, sabría que son absurdos.
Por eso se indignan cuando les toca, y miran hacia otro lado cuando no.
No es solo manipulación externa: es vivir cómodamente en la zona de confort.
Los políticos han aprendido a gobernar a través de la emoción, no de la razón
Los partidos entendieron que la opinión pública no reacciona a cifras, datos ni hechos: reacciona a emociones. Así que fabrican relatos y los medios actúan como voceros amaestrados.
El resultado es una sociedad civil que se mueve por impulsos: hoy todos lloran por Palestina. Mañana todos se indignarán por una frase fuera de contexto. Pasado mañana ya nadie recordará nada.
Nos hemos convertido en un estado de infantilización emocional.
Cuando la prensa miente, el ciudadano no castiga al mentiroso: castiga al que dice la verdad
Este es el punto más siniestro. El ciudadano medio no quiere enfrentarse a una verdad incómoda si ya ha sido adoctrinado emocionalmente durante meses. Entonces, cuando aparece alguien con datos o perspectiva crítica, no se le escucha; se le ataca, porque rompe la narrativa que daba seguridad.
Por eso tantos periodistas, escritores y analistas independientes han sido silenciados o marginados: no por equivocarse, sino por nadar contracorriente.
El resultado final: una sociedad maleable, manipulable y frágil
Cuando la opinión pública depende de relatos en vez de hechos, ocurre algo inevitable: los políticos pueden decir cualquier cosa sin consecuencias. Los medios pueden manipular cualquier conflicto sin perder credibilidad. La sociedad civil se convierte en una marioneta emocional siempre lista para indignarse… o para olvidar.
Y así se puede vender como «genocidio» lo que esa semana convenga.
O se puede absolver cualquier atrocidad de la fiscalía si la narrativa lo pide.
O se puede crucificar al adversario sin pruebas y con aplausos.
La verdad murió hace tiempo.
La sociedad civil no la mató: simplemente no movió un dedo para impedirlo.
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