
21/11/2020 – El pasado lunes 26 de octubre de 2020 Pedro J Ramírez celebró en el Casino de Madrid su fiesta particular con motivo de la entrega de premios de su periódico digital El Español. Las redes sociales ardieron porque a ella asistieron innumerables miembros de la casta política y personajes públicos, que además viven de lo público, y que casualmente son los que nos confinan, los que nos prohíben sistemáticamente todo y los que nos multan con 600 euros por ir simplemente por la calle sin mascarilla.
La Fiesta J fue un botellón de alto standing con Cardhu y Moët & Chandon, nada de litronas y cubatas garraferas. Y en la cena del Casino nada de canapés, sandwish ni mariconadas, según Carlos, uno de los camareros del Casino, el coste del menú ascendió a unos 120 euros por comensal. Total, calcula, la fiesta salió por 25.000 euros.
¿Quién pagó la Fiesta J? Creo que este tema no lo ha tocado nadie, ha pasado desapercibido y quizá sea lo más patético de la Fiesta de Pedro J. La juerga la han pagado los socios y accionistas particulares, justo esos que no han sido invitados, son los tontos útiles de Pedro J. Ramírez y El Español. Esto me recuerda a la película La Cena de los Idiotas.
No importa si asistieron a la cena 150 o 300 sinvergüenzas, lo que importa es que fueron sin mascarillas esos mismos que nos imponen sus reglas de juego todos los días, esos mismos que nos prohíben cenar con nuestros abuelos, padres y familias que viven en otra comunidad, esos mismos que nos encerraron durante tres meses en casa como unos putos gilipollas.
Por cierto, siguiendo la coherencia política de Vox ningún miembro de este partido político asistió, ¿y aún te preguntas por qué Vox sigue creciendo?
Ahora vas y te haces socio de El Español. – Juan Vte. Santacreu
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Reflexiones en voz alta sobre Pedro J. Ramírez
La llamada Fiesta J, organizada por Pedro J. Ramírez en octubre de 2020, se convirtió en uno de esos episodios que retratan a la perfección la desconexión entre las élites y el ciudadano común. Mientras media España vivía bajo restricciones severas —multas, toques de queda, aforos limitados y la amenaza constante de sanciones—, una parte de la clase política y mediática disfrutaba de un banquete de lujo en pleno Casino de Madrid. El contraste no podía ser más insultante: quienes imponían las normas eran precisamente los primeros en saltárselas cuando la ocasión social lo requería. Y eso es lo que, con razón, incendió las redes.
Sin embargo, lo más grotesco quizá no fue el «botellón de alto standing» ni los menús de 120 euros, sino el hecho de que la fiesta fuese financiada por los propios socios y accionistas de El Español, muchos de ellos ciudadanos corrientes que no fueron invitados ni informados. La metáfora de La cena de los idiotas cobra aquí una dimensión casi literal: unos pagan y otros brindan por su propio estatus mientras piden sacrificios a los demás.
Lo preocupante de episodios como este no es solo la hipocresía puntual, sino el mensaje que transmiten: existe un doble rasero, una moral para gobernados y otra para gobernantes. Y cuando una parte de la sociedad percibe que los que dictan las normas no las cumplen, la confianza en las instituciones se erosiona rápidamente. En ese contexto, no debería sorprender que partidos que prometen coherencia, como Vox en aquel momento, encuentren un espacio cada vez mayor en la opinión pública. Porque al final, la gente puede aguantar mucho… menos que le tomen por tonta.
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